03/19/2024
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por Danna Martinez

La lluvia es un fenómeno meteorológico bien conocido. Nos guste o no, la lluvia forma parte de muchos de nuestros recuerdos. Aún más crítico, la lluvia es una experiencia implícita en nuestro subconsciente; sabemos cómo se ve y cómo suena, e incluso podemos reconocer su olor.

El petricor es el olor característico de la lluvia al tocar la tierra. La raíz etimológica de este término proviene de la combinación de las palabras petros e ikhor. La palabra griega petros se refiere a las piedras o pedazo de tierra con el que la lluvia entra en contacto al precipitar. Por otro lado, ikhor se refiere a un mineral único presente en la sangre de los dioses antiguos. Las primeras personas en acuñar el término Petrichor fueron Isabel Joy y R. G. Thomas. Hacia mediados del siglo XX, tanto los geólogos Joy como Thomas dieron el nombre de Petrichor al particular aroma que proviene de la tierra pero es generado por la lluvia.

El olor a lluvia tiene un nombre, que es Petrichor; sin embargo, ¿cómo es esto posible? Al caer, la lluvia genera múltiples procesos químicos. El petricor, “olor a lluvia”, se genera a partir de la lluvia y el contacto con la tierra seca. Más concretamente, la humectación de la tierra libera compuestos químicos en forma de aceites y esencias, que dan el “aroma de la lluvia”. Es extraño pensar que una gota de lluvia, sin color, sabor y cuerpo definido, pueda tener olor. La realidad es que una gota de lluvia carece de todas estas características si no entra en contacto con la tierra. Debido a la complejidad del proceso, la lluvia requiere tocar el suelo, producir las partículas de esencia y distribuirlas por el aire, para finalmente emanar el olor a petricor.

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